- Por “verdad” se entiende comúnmente la “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas se forma la mente”, o bien la “conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa”. La primera de estas dos acepciones del término viene a ser su definición epistemológica, mientras que la segunda constituye su definición moral. Este último significado de la verdad alude a la veracidad o sinceridad de quien conforma sus palabras a su sentimiento o a su pensamiento. Es esta alusión implícita al sujeto que la dice lo que la define como verdad “moral”. A la verdad moral se contrapone la mentira, no tanto en cuanto “falsedad”, como en cuanto “engaño”: pues el moralista no hace hincapié en la disconformidad de lo dicho con lo sentido, pensado o sabido en que incurre la mentira, sino en su carácter intencional. La intencionalidad, así de la verdad como de la mentira morales, las señala a ambas como el resultado de actos conscientes y voluntarios del sujeto que en cada caso las dice (quien ha de poseer potencialmente la facultad de la veracidad, y al par la de la mendacidad –las cuales, en realidad, están coimplicadas entre sí: o se poseen las dos, o ninguna–, para constituirse, en el terreno de las declaraciones verbales, sujeto moral –pues no aparece la moralidad donde no haya una cierta libertad de elección y acción–). Al ser el producto de acciones humanas deliberadas, ambas –la verdad y la mentira en sentido moral– quedan sometidas a enjuiciamiento ético. Existe, sin embargo, un modo de conformidad de lo dicho con lo sentido o pensado completamente amoral. Tal es el caso propio de la conformidad que guardan con su referente interno subjetivo los testimonios de quien acierta a expresar adecuadamente sus ideas o afecciones. Verdad, entonces, como efecto de la perfección expresiva –“perfec-ción”, ya sea en el sentido de “exactitud” (vgr., el empleo del lenguaje matemático en la expresión de teorías físicas), ya en el sentido artístico (vgr., la excelencia del poeta en la evocación de sentimientos).
- La primera de las definiciones de la verdad arriba citada es, según ya dijimos, su definición epistemológica, puesto que se refiere a la verdad de nuestras ideas o conceptos sobre las cosas, o sea, de aquello que entendemos que las cosas son; esto es, se refiere a la verdad del conocimiento. En realidad, no es otra cosa que una formulación del concepto tradicional de verdad: la verdad como conformidad, correspondencia o concordancia entre la cosa y su conocimiento. De modo que, frente a la verdad moral, consistente en la conformidad entre lo dicho y lo pensado, la verdad epistemológica radica en la conformidad de lo pensado con la cosa en la que se piensa. Ambos tipos de verdad son estructuralmente idénticos, y son también adyacentes. Estructuralmente idénticos, pues uno y otro se muestran como una conformidad entre dos términos. Adyacentes, porque comparten un término común: el pensamiento; ahora bien, mientras que éste ocupa la posición “absoluta”, por así decirlo, en la verdad moral –pues es el otro término (o sea, lo dicho) el que debe esforzarse en concordar con él–, en la epistemológica se ve desplazado a la posición “relativa” –ahora es él quien precisa a-similar-se a su correspondiente (o sea, la cosa)–. La diferente naturaleza de ambos tipos de verdad queda también señalada en el hecho de que a la verdad epistemológica no cabe, en principio (desde un punto de vista ingenuo), oponerle la falsedad de la mentira, sino la del error.
- La presente investigación acerca de las doctrinas de la verdad contenidas en los discursos de algunos destacados filósofos concierne exclusivamente a la verdad epistemológica, o verdad en sentido extramoral. A la cual, según ya se ha dicho, la define la tradición –la tradición filosófica occidental– como una conformidad entre dos términos, el término real (la res) y el mental o intelectual (la idea o inteligencia de esa res). Tomando como punto de partida esta definición, cabría figurarse la verdad como un puente tendido entre lo real y su conocimiento. Pero esta figura metafórica de la verdad es engañosa, en tanto que induce a considerarla como una especie de ente bípedo, el cual apoyaría un pie sobre el terreno real, y al par dejaría caer el otro en el entendimiento. Sin embargo, la verdad carece de “pies”: su aparente bifrontalidad proviene de la proyección, en ella, así del dominio real como del epistémico; pero la verdad no es, en rigor, más que una suerte de relación entre ambos: una relación de conformidad. Desde un punto de vista ideal, podría representarse esta relación como una relación especular entre la realidad y su conocimiento. Resulta bastante correcto, de hecho, imaginar la verdad como un espejo: ese fidedigno espejo de superficie absolutamente lisa que revertiría al entendimiento la cosa real, al reflejar en aquél su imagen idéntica, la réplica mental exacta. Conviene insistir en la uniforme tersura del espejo: su mínima rugosidad o curvatura implicaría ya una verdad deforme.
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